miércoles, 24 de noviembre de 2010

H

He conocido a un nieto que todos los días se levanta antes que su abuela para despertarla, después la coge entre sus brazos y la lleva hasta el baño, para hacerle su aseo. Luego la sienta en la cocina y le da el desayuno, aunque no siempre puede porque ella no se deja. Más tarde, vuelve a llevarla en brazos hasta la cama y allí la deja reposando, con el oxígeno puesto y nunca consigue robarle una mísera sonrisa.
Pero ahí está, cada día. Ella tan diminuta, tan bajita como un niño de 8 años. Y él, su nieto, un joven de 28, que vive para darle vida a ella.

También he conocido a un matrimonio que lleva toda la vida unido, que posee ese envidiable amor que todos anhelamos.
Él es gordito, con gafas de esas antiguas...antiguas y lleva ropa de esa antigua...antigua.
Ella está muy enferma, con alzheimer, con una fractura en la pierna que le impide caminar y con esas cuarenta mil enfermedades que tienen algunos viejitos.
Y ahí está él, que carece de muchos conocimientos, pero es el mejor médico/enfermero/rehabilitador/terapeuta/cocinero/auxiliar/asistente con el que su esposa podría soñar.
Y, mientras ella descansa en su mundo de demencias y confusión, él deambula por el hospital, nervioso, preocupado, porque sólo desea que se ponga un poquito mejor, para irse juntos a casa, para no tener que regresar sin ella.

Conocí además a una mujer de 75 años que era realmente agradable y rezumaba positividad por todo su ser.
Cuando le pregunté si no le importaba que le hiciera yo la historia clínica, sonrió ampliamente, invitándome a sentarme en su cama y comenzó a explicarme qué siente uno cuando el corazón deja de funcionarle bien.
Y así estuve más de una hora, con ella, llamándonos de tú, "porque si me llamas de usted me haces sentir vieja".

Y también a otro señor, que parecía que tenía demencia y resultó que estaba depresivo porque no veía casi a sus hijos y acababa de quedarse viudo, sólo necesitaba que alguien se diera cuenta de su tristeza y lo tratara. Y así fue, ha pasado de no querer comer a decir que la comida del hospital es lo más bueno que ha probado nunca, exceptuando la comida que le hacía su difunta, claro está.

Y sigo acordándome de "Paqui", del hombre que no me respondió al entrar, me acuerdo de cada rostro y cada momento, de sus gestos y sus miradas, sobre todo de sus miradas.
Si alguna vez dudé de querer seguir con esto, fue efímero.
Porque no tengo que esperar a fin de mes para sentir como se llena mi vida.

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