sábado, 6 de noviembre de 2010

KIMBO

Queda poco para los exámenes y sólo siento que tengo poco tiempo, que duermo 5 horas y media al día, que se me acumulan los folios y no se queda nada en mi cabeza.
Siento que se mezclan las palabras, que los fármacos tienen nombres demasiado rebuscados,
que no es posible que existan tantas cosas y de esas cosas haya variaciones en más cosas, que a su vez se dividen en mil cosas.
A veces me derrumbo y creo que no puedo, que no valgo para esto.
Y siento que es demasiado difícil para mí.
Me miro al espejo y sólo veo ojeras y me voy y vuelvo a casa de noche.
A veces la motivación se pierde entre viajes de tren, redbulls obligados a las 10:00 de la mañana, dolores de espalda, lágrimas de rabia y papeles en la mesa.
Es entonces cuando pido algo que de forma certera me golpee y me devuelva a mi yo real, que me devuelva mi entereza y mi fuerza.
Algo que me recuerde porqué elegí esto.
Y, sin saber cómo, alguien desde algún sitio me comprende y me manda la señal.
Fue tan sencillo como escuchar desde mi habitación un anuncio en la televisión del salón, que había encendido mi hermana mientras planchaba.
Gracias, lo necesitaba.



Cuenta una leyenda africana que si cambias tu nombre por el de una persona enferma puedes salvarle la vida.


Cambiaré mi nombre por todos.

Dedicado a mis compañeros, porque la compresión y el cariño son esenciales para afrontar cada paso y sin duda sois expertos en eso.

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