viernes, 4 de febrero de 2011

Horneando el futuro

Si por mi fuera, si lo eligiera, cada día antes de ponerme los zapatos y después de desayunar de pie en la cocina, escucharía una pizca de de música clásica. Una pieza. En directo. Un pieza.
Una pieza de puzzle que completase mi energía para toda la jornada.
Si por mí fuera, después me quedaría quieta, para que nada de lo oído se escapase de la mente.
Y quedase eterna en el alma, dándole color dorado, nacarado, brillante. El mismo que observas cuando te acercas más de lo permitido a un cuadro expuesto.
¿Qué sientes cuando deleitas un bizcocho de chocolate y naranja que hizo mamá ayer por la tarde?
¿A qué sabe el sol de febrero? ¿Es un esbozo que hace Gaia antes de traernos al estival?
Yo creo que es el mismo, que se ha escapado para vernos antes, que no aguantaba más.
Yo tampoco podía aguantarlo. Él tampoco puede resistirse al bizcocho que hizo mamá.
¿A qué sabran los dulces que prepara mamá Sol? ¿Estarán siempre quemados?
¿O es la única que puede hornearlos con caricias?
No, no lo es. Mi madre también puede hacerlo.

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