jueves, 11 de noviembre de 2010

Paqui

Desayunó, como todos los días. Y miró por la ventana.
Vio a los niños atravesando la puerta del colegio y a las monjas tendiendo las sábanas en la azotea.
Después se duchó y más tarde se entretuvo leyendo uno de los libros de la estantería del salón, aquellos que su padre les dejó al morir y recordaba haber visto siempre, empolvados sobre los mismos estantes.
A mitad de la lectura se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, aquello no la satisfacía.
Regresó al baño y se miró al espejo.
Su cara desmaquillada había ido arrugándose con los años y no le importaba. Cuando veía a las demás mujeres, también llenas de arrugas y más viejas que ayer, no se comparaba. Ni siquiera cuando se encontraba con alguna que intentaba tapar el tiempo con inyecciones cada 3 meses.
Realmente le daba igual, todo le daba igual.
La vida ha sido satisfactoria, pensaba ella.
A sus 59 años conservaba la figura, aunque nunca había hecho deporte
y cocinaba bien, aunque jamás mostró interés por aprender recetas nuevas o simplemente por adquirir más refinamiento culinario.
Simplemente cocino y lo hago bien, pensaba ella.
Su trabajo era normal y llevaba en ese puesto 31 años, como encargada de la planta de textiles, que empezó siendo un proyecto pequeño con cuatro mujeres cosiendo, entre ellas su propia madre, para convertirse en una empresa de más de 700 trabajadoras.
Me da dinero y pocos dolores de cabeza, pensaba ella.
Pasaban los minutos y allí seguía de pie, frente al espejo, divagando.
Al salir por la puerta reparó en el pequeño botecito amarillo con la etiqueta blanca y sonrió con desgana.
Lo tomó con la mano izquierda y fue a la cocina.
Allí sacó del armario de la limpieza los guantes, la lejía, el cubo y estropajos.
Y, con sumo cuidado, se metió el botecito en el bolsillo y empezó a limpiar la casa entera.
Una vez hubo acabado se sintió bien, feliz.
Se sintió realizada, fuerte.
Se sentó en una silla dejando en el suelo los trastos de la limpieza y observó la estancia.
El olor a limpio y el brillo le sacaron una sonrisa, esta vez plena.
Pero fue en cuestión de segundos cuando se le nubló todo.
Así de fácil y descriptivo.
El olor a limpio empezó a incomodarla demasiado, hasta un punto que se le hacía insoportable.
La habitación le daba vueltas y sentía un deseo irrefrenable de destruirlo todo.
Las fotos de la pared parecían hacerle burla y la luz se evaporaba dejando una oscuridad fría por toda la casa.
Llena de desesperación apoyó la cara en su regazo y comenzó a jadear.
En ese momento sonó el teléfono, a la misma hora, como cada día.
Supo quién era y para qué llamaba.
Y ser consciente de ello, sin quererlo, la hundió aún más.
Se levantó y respondió.
- Paqui, hija, soy yo.
- Ya, ya lo sé.
- ¿Qué tal? ¿Cómo vas?
- Bien
- Bueno...¿has desayunado?¿Vas a salir?
- Sí y no sé, no sé que haré, no me apetece hoy.
- Bueno...si quieres me paso a verte un rato y...
- No, no quiero, ¡no soy una criatura a la que debas vigilar! ¡Si quieres sentirte realizada como madre y educar a alguien hazlo con tus hijos, no con tu propia hermana!
- Paqui, por favor, sabes que esto es importante para todos, entiéndelo, yo no busco nada más que tu bienestar y...
- Bueno, sí, que estoy bien, ya está, me pillas en mal momento andaba limpiando. Luego cuando vuelvas a llamarme dentro de 1 hora hablamos más.
- Vale, de acuerdo, si necesitas algo ya sabes, llámame a mí o a Pedro, que hoy libra ¿vale?
- Adiós

La ansiedad había remitido ligeramente, pero todavía le daba vueltas todo.
Volvió a sacar el botecito de la bata y esta vez lo dejó en el sofá.
Después se metió en la cama y pasó así la tarde, sólo se levantó cada hora para hablar por teléfono.
Al llegar las tres de la madrugada se levantó. El turno de llamadas terminaba a las diez.
Fue a la cocina y volvió a sacar todos los productos de limpieza y con paciencia volvió a limpiar la casa entera.
Cuando se cansó se sentó en el sofá y su mirada quedó fija en la foto de la mesita de café.
En ella salían sus padres de recién casados.
Sin levantarse del sitio alcanzó la foto y la observó durante casi media hora.
Después la dejó con cuidado sobre el sofá, junto al botecito amarillo y se levantó.
El corazón le latía pesadamente, como si estuviera muy cansado o muy tranquilo.
Con gesto calmado colocó todos los productos de limpieza de nuevo dentro del armario, pero dejó uno fuera.
Lo llevó consigo al salón y se sentó en una silla.
Después pasaron unas 6 o 7 horas, no miró nunca el reloj.
Durante ese tiempo entró como en un trance, con los ojos abiertos y fijos en la pared, pensando en mil cosas y en nada a la vez.
Se sentía totalmente vacía y realmente enfadada con el mundo.
Al amanecer se despertó de su ensoñación y reflexionó sobre lo que había pasado.
Su cabeza comenzó a "funcionar", a trabajar de forma normal y el ser consciente de lo que había pasado, de que había pasado la madrugada despierta le hizo sentirse aún peor.
Comenzó a llorar y volvió a colocar la cabeza sobre su regazo.
En un arrebato de fuerza o quizás un momento en que su cabeza consiguió reunir la lucidez suficiente, se dirigió a por el bote amarillo.
- fluoxetina- susurró leyendo la etiqueta.
Pero entonces todo se nubló, no le dio tiempo a sacar la gragea del bote.
Se giró, todavía con ello en la mano y cogió la botella de lejía.
Entonces sonó el teléfono, pero esta vez no lo oyó.




Esta semana he conocido a una mujer que ha causado un fuerte impacto en mi vida.
Nuestra relación no puede llamarse como tal, porque realmente no creo ni que me recuerde, aunque yo a ella síy no creo que pueda olvidarla jamás.
La circunstancia que nos ha llevado a cruzar nuestros caminos es, como todo en esta vida, un capricho del destino: yo aprendiendo y ella como paciente.
Y todo porque decidió que no quería seguir viviendo e ingirió lejía, con la buena o mala suerte de no fallecer y acabar ingresada en un hospital, pues han tenido que quitarle el esófago y el estómago, totalmente destrozados.
Cuando nos miramos a los ojos, no vi nada en ellos y por desgracia es la segunda vez que tengo que enfrentarme a una mirada así.
Su rostro, sus palabras, todo en ella reflejaban algo, pero me era imposible entender el qué.
Quise sentarme con ella, preguntarle, pero cuando fui a hablarla me fulminó con la mirada.
En ese momento me sentí demasiado pequeña, demasiado ignorante, pues olvidaba que hay problemas que no se pueden solucionar con un gesto. Necesitan muchos gestos, durante mucho tiempo y no siempre funciona.
Cuando salí de su habitación sentí no haberla ayudado nada, pero tampoco sabía cómo.
Y al hablar con su familia me hundí, porque es tremendo el dolor que puede salir de un rostro o una voz sin energía que sólo dice: "ya no sabemos que hacer, es un sufrimiento continuo..."
Ojalá la vida fuera más fácil, ojalá los finales de las películas se cumplieran en la vida real o todos fuésemos actores y nada fuera real y ella al acabar el día pudiese volver a casa, sana y feliz.
Hoy te dedico mis palabras, aunque no te sirvan ni sirvan de nada, porque seguramente sólo me sirvan a mí para desfogar este nudo que me ataste al vernos.
Sólo espero que encuentres lo que tanto anhelas, y por fin dejes de sufrir.

3 comentarios:

Ruth dijo...

He pensado muchas veces en personas como ella, que no encuentran el consuelo en ninguna parte, y en cierto modo consigo sentir un poco de lo que sienten. Es angustioso, horrible. Es como cuando te despides de alguien y no sabes cuándo lo vas a ver, o como cuando has hecho algo que crees que está mal. No sabes que hacer y crees que nadie puede hacer nada por ti. Y ojalá se acabara ese sentimiento, pudiéramos enterrarlo como un hacha de guerra. Hacer un agujero en el suelo, enterrarlo y taparlo. Para siempre.
Ánimo Laura, que aunque nuestra carrera sea muy dura porque hay cosas como ésta, también está la sensación tan grande de cuando un paciente te sonríe o te da las gracias. Tan gratificante que no hay nada comparable, y eso hace que todo valga la pena :)
Un beso!

Anónimo dijo...

Ánimo cariño esos sentimientos que
tienes, sólo los tienen los que tienen un corazón muy grande y calentito. Te quiero. MAN

Anónimo dijo...

Dicen que hay personas que nacen con estrella, pero no todos tienen esa suerte y sus vidas son más dificiles.
Tú, en cambio, naciste con un saquito lleno de estrellas y las repartes entre aquellos que tienen un cielo demasiado oscuro...
Es difícil enfrentarse a unos ojos vacíos como los de tu paciente, pero estoy segura de que tú llenaras de luz muchos de esos ojos. ¡Ánimo!

Dicen que hay personas que nacen con estrella... pero tú tienes la suerte de brillar con luz propia.
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