sábado, 26 de abril de 2008

Caridad

- Mira a que fecha estamos y todavía no me ha pagado el alquiler.
- Bueno, pues baja a pedírselo.
- Estoy harto, de verdad, harto y encima necesitaré una mascarilla para entrar, ya lo verás, que asco.
- Anda, anda, venga date prisa que tenemos que ir a casa de tu madre.

Mariano coge con desgana las facturas de la comunidad y sale de su casa, un 2ºB de la calle Alcanfor, para ir al 1ºB donde vive la señora Caridad.
Sólo el hecho de bajar las escaleras ya le produce malestar, prefiere el ascensor porque se encuentra separado de las viviendas y suele ser su medio de transporte para salir del edificio, pero para visitar a su vecina sabe que sólo puede llegar por ahí.

Llega al último escalón y un olor hediondo se introduce por sus fosas nasales.
Llama a la puerta.
Nadie responde. Llama de nuevo.
Alguien despotrica unos insultos en el interior que Mariano no logra entender bien.
Llama de nuevo. Abre una mujer.

- Señora Caridad, buenos días. Vengo a cobrarle las facturas de la comunidad, ya sabe, estos dichosos papelillos - dice Mariano con media sonrisa en la boca y un deje de hilaridad.
- Déjenme en paz, ¡fuera!, ¡cerdos!, ¡fuera!, ¡no tengo dinero y no tengo nada! ¡fuera ya maldita víbora! - grita la pobre mujer escondida tras la puerta.

Mariano, entre el susto y el hedor, sale disparado escaleras arriba.
La puerta se cierra.

Caridad está agitada. Su cabello entrecano cae por sus hombros, amarillento y cubierto de una sustancia irreconocible que podría ser desde orín hasta restos de comida.

Lleva puesto un vestido negro raído y deshilachado, con la falda cubierta de lamparones y manchas de todo tipo. Sus manos están sucias, sus uñas largas y ennegrecidas, los pocos dientes que aún le quedan dibujan una franja marrón cuando abre la boca.

Su higiene personal brilla por su ausencia.

Refunfuñando palabras ininteligibles camina por el pasillo, aplastando a su paso una alfombra de periódicos que alcanzan toda la estancia y seguramente cubran todo el suelo de la casa.
En los rincones hay cajas llenas de botes de pintura seca y de bombillas, algunas rotas y otras en buen estado. Caridad entra en su cocina.
La pila se esconde bajo una montaña de botellas de Coca - Cola vacías y sobre la pequeña encimera hay restos de jamón y vasos de leche que se ha agriado.
El suelo, lleno de periódicos, sostiene verdaderas columnas de heces de gato, mientras dos de estos animales pululan entre los pies de Caridad, suplicando por un poco de comida.

Ella al verlos se agacha como puede y los acaricia.
- Sólo vosotros me comprendéis, sólo vosotros.
Y el silencio vuelve a reinar en la casa.

Caridad se levanta y va a su dormitorio. Allí tiene metidos dos carros que cogió del supermercado, y dentro de ellos hay más cajas. En ellas reposan tablones de madera que podrían haber pertenecido alguna vez a repisas de alguna estanterías, hay también cables rotos y montones de ropa acumulada, tanto de niño, como de hombre, como de mujer, eso sí, toda ella está sucia y parece haber sido cogida de cubos de basura.

Caridad se sienta, a duras penas, en su cama. Para ello tiene que apartar a los gatos que dormitaban sobre ella y tiene que tirar al suelo las cáscaras de plátano y restos de manzana.

Después mete la mano bajo la almohada y coge cuatro sobres. Los abre uno a uno y saca de ellos billetes y billetes, pudiendo llegar a reunir, sin exagerar, más de un millón de euros en cuestión de unos minutos. Después, haciendo un gesto de repulsión, vuelve a esconderlos bajo la almohada, y coge un pedazo de manzana oxidado para llevárselo a la boca.
El timbre suena de nuevo. Caridad se pone nerviosa y comienza a gritar. Corre de un lado a otro de su casa, hasta que, con tan mala suerte, no ve un montón de ladrillos que hay junto a la puerta del salón, unos que "tomó prestados" de una obra, y tropieza con ellos, cayendo al suelo y golpeándose la cadera.
Caridad queda tendida ahí, con los gatos pululando sobre ella suplicándole más comida, mientras el timbre no deja de sonar repetidamente.
Mariano y los dos policías esperan impacientes en la puerta.

- Antes ha hecho lo mismo, ha tardado mucho en abrirme, es que esta mujer...
- No se preocupe, si no abre tomaremos las medidas oportunas.
Tres días después consiguen una orden y abren la puerta del 1ºB.
Al entrar, los dos policías, la asistente social y Mariano se dan de bruces con dos gatos muertos.
El olor nausebundo, mezcla de orín y comida en descomposición, cubre toda la estancia.
Las cuatro personas entran en la vivienda entre el desconcierto y el miedo.
Cuando llegan al salón, descubren el cuerpo sin vida de Caridad.
Uno de los policías dice - Madre mía, pobre mujer.
El otro añade - cuánta mierda hay aquí dentro, por dios, no se puede vivir.
Mariano, aterrado, comenta - Si es que esta mujer estaba loca, ¡cómo podía vivir así!
La asistente social responde - No estaba loca, estaba sola.

El primer policía saca su teléfono móvil y marca un número
- Gerardo, ¿me escuchas?, venid a la calle Alcanfor número 13, sí, hemos encontrado un cadáver, es una anciana, sí, y avisad a los bomberos hay mucha mierda aquí, sí, sí...ya, sí, yo pienso lo mismo, tenía el Síndrome de Diógenes.

Mariano mira al otro policía y pregunta - ¿Síndrome de qué?
Y los gatos ya no pululan sobre Caridad.
Ella está ahí, con su pelo sucio, sus dientes marrones y su corazón diminuto, muerto y arrugado por la tristeza de tantos y tantos años sin compañía.


3 comentarios:

JoseVi dijo...

Te leo pocas veces pero siempre me sorprendes. Caridad me ha llegado a dar asco al leer la narracion pero por otro lado compasion no se. Un relato precioso, mas que nada por el contrapunto de alguien que te da angustia pero al mismo tiempo lastima, tambien hay ternura en esta narracion. Me ha dado lastima la pobre mujer :( Venga un fuerte abrazo cuidate y suerte en los examenes.

JoseVi dijo...

por cierto me encanta la ilustracion con los gatitos :D

Ignacio dijo...

Yo conocí en Inglaterra a una mujer parecida a tu Caridad, con pasión por los gatos y por acumular montañas de objetos inservibles que le hicieran más llevadera su soledad.

Me ha encantado el relato, ha sido como revivir esos días de nuevo, con todas sus contradicciones, injusticias e indiferencia por parte de esos que se consideran ciudadanos respetables.

Un abrazo, escritora. Seguimos con hambre de relatos tuyos, bien lo sabes.

Nacho.