miércoles, 9 de abril de 2008

Libre para pensar. Pensar, para ser libre.


Está de pie, frente al ventanuco de la pared, esa puerta única que lo comunica con el exterior. Sus tres barrotes de hierro oxidados lo vigilan y lo compadecen, pues ya son 15 los años que llevan compartiendo oxígeno, lluvia, viento, cansancio y dolor. Su mirada vacía se pierde en ningún punto más allá del horizonte, donde cree ver suaves lomas de tierra verde, sin lograr discurrir qué serán ni dónde se encuentran. Pues ni siquiera sabe dónde se encuentra él mismo.
Cuando acabó la guerra, muchos hombres clavaron sus fusiles en tierra y gritaron al cielo que ellos no eran los vencidos. Él no tenía armas, quizás su pluma hizo más daño al bando contrario, quizás por eso, cuando él la acostó en su estuche de madera, llamaron a su puerta y no tuvo tiempo suficiente para despedirse de ella. Es curioso que a estas alturas, sea a ella a quién más haya echado de menos.
Sus manos de escritor se han ido arrugando, pero él mismo sabe que no son marcas de experiencia, que no son vivencias ni recuerdos grabados en la piel, sencillamente son arrugas sucias que no dicen nada, porque no han visto nada más que muros grises y no han tocado nada más que muros ásperos.
Piedra, es la mujer que nunca tuvo, que quizás aún lo espera en casa, llorando, preguntándose dónde está o qué hicieron con él, o quizás, en quién pensó antes de fallecer. Silencio, es su hijo primogénito, ese que quería luchar en la guerra, pero él se lo había impedido, aterrado ante la idea de verlo morir. Frío, es su hija pequeña, su tesoro, su sentido, todo.
A menudo llora. Pero lo hace despacio, no quiere que nadie lo descubra, aunque realmente muchas veces piensa que allí no hay nadie más, que los hombres que al comienzo de su encierro lo vigilaban se fueron hace años, y algún ángel del cielo se encarga de pasarle un pedazo de cebolla y un vaso de agua por la puerta para cenar.
Se ha sentado en el montón de paja. Tirita y se dice a sí mismo ¿Ya estaré loco? Si no lo estoy, ¿cuánto me queda? ¿Moriré así? ¿De locura? ¿Y el mundo? ¿Sigue ahí afuera?
Sonríe, porque su cabeza le ha vuelto a sorprender versando.
"Podrán acabar conmigo, con mi historia, con mi nombre y mis raíces, con mi mente y mis palabras, con lo que dije en el pasado, podrán cambiarme entero, transformar hasta mi propia alma, pero nunca me robarán la locura, la locura de saber que sigo cuerdo, la locura convertida en la cordura, esa que me hace seguir viviendo. Y cuando me vaya, no existiré para nadie, ni tan siquiera como recuerdo, pero mi fe y mis creencias no me las llevo, sé que quedan con mi pueblo, y ellos serán los que un día, sin saber mi nombre, ni mi muerte, ni qué hice, ni qué no hice, ellos, se alzarán en mi nombre, mi nombre secreto, y volveré."
Se ha levantado y ha vuelto a mirar por la ventana. Con el tiempo se fue acostumbrando a estar solo, a no hablar, a no sentir, pero nunca pudo acostumbrarse a no pensar.
Acaricia los barrotes, los besa en señal de despedida. Después se tumba en el suelo. Su cabello canoso cae por su espalda y su barba blanca se esparce por su pecho. Respira despacio, sonríe.
Su corazón se ha parado, y él continua sonriendo.
Ha muerto por decir lo que pensaba; por llevarle la contraria al más fuerte; por creer en la libertad de expresión y de pensamiento, por tener fe en el mundo, por negarse a que le impusieran aquello en lo que él nunca creyó.

Hoy por los escritores que tuvieron que exiliarse para seguir escribiendo, por aquellos que se quedaron y se atrevieron a incumplir las normas, por los que fueron encarcelados y fusilados por pensar de forma diferente, por todos aquellos que vieron en la palabra la salvación de la humanidad aunque no lo fuera para sus propias vidas.

No hay comentarios: