domingo, 27 de abril de 2008

A mi corazón.

Desperté, y una brisa suave de verano se colaba por las rendijas de la persiana.
Abrí del todo las puertas del balcón y dejé que la luz y el aire fresco me empaparan lentamente.
"Hoy hace un día de hierba y helado", y sonreí.
He olvidado cuantos meses hace ya que mi corazón entró en un estado de somnolencia absoluta, cuando sin quererlo se rompió en pedacitos. Con el tiempo, me dijeron que se iría reestableciendo él solo, que yo no debía intervenir para nada más que cuidarlo y mimarlo en su tratamiento.
Aún así, herido y a punto de desfallecer, quería latir, quería conocer, pero me era imposible dejarlo libre, tenía pánico a que lo rompieran del todo y que me fuera imposible recomponerlo.
Cada día que pasaba le veía ahí, en una cajita, aburrido y enfadado, entreteniéndose soplando las pelusas que sobrevolaban la caja. A veces me miraba de reojo, con rencor, exigiéndome que le dejase volverse a enamorar.
Con el tiempo vi cómo era cierto que se curaba; las heridas se iban cicatrizando y recuperó el color rojo intenso e incluso, cuando se cercioraba de que yo no lo estaba observando, se incorporaba en su cajita y sonreía.
Los médicos me dijeron que podía sacarle a pasear por las tardes, con tranquilidad, y siempre protegiéndole porque todavía no estaba totalmente sano.
Y lo sacaba a pasear en su cajita. Y él, radiante, se asomaba desde el borde y miraba a su alrededor, maravillado porque había echado mucho de menos al mundo.
En muchas de esas salidas tuvo que enfrentarse a sus mayores miedos. Vio de nuevo a quién le había herido, y aterrorizado se escondió en un rincón de la caja, temblando, y rogándome que nos fuesémos a casa. Les pregunté a los médicos qué debía hacer, que eso era un síntoma de que no estaba curado, pero me respondieron que era normal y que ya no debía protegerlo.
El tiempo...el tiempo pasó, pasó lento y a veces demasiado rápido, incluso llegué a olvidar cómo se encontraba mi corazón, ni siquiera le preguntaba cómo iba recuperándose.
Entonces llegó la etapa de frenesí. Se sentía vivo y curado, ya no tenía miedos, y quería amar y amar y amar. Me convencía para conocer gente, se fijaba en cientos de personas, pero yo no estaba segura y le pedí que se tranquilizara, que debía dejar que todo transcurriera solo, y aunque molesto, me hizo caso.
Esta mañana, cuando desperté y abrí el balcón y pensé que hacía un día de hierba y helado, me asomé a su cajita, colocada en un estante del armario.
Ahí estaba él, dormido todavía, acurrucado y sosteniendo entre sus manitas rojas un pequeño hilo de mi pijama.
- Buenos días - susurré.
Abrió los ojitos, me miró y sonrió.
- ¿Cómo estás? - pregunté.
Y él estiró sus manitas y aplaudió.
- ¡Bien! Hoy te invito a un helado, ¿quieres?
Y continuó aplaudiendo.
Fue entonces cuando, tras mirar su ficha médica, me di cuenta de que ya había pasado mucho tiempo desde que lo hirieron, y ahí estaba, como nuevo, aplaudiendo en su cajita y ansioso por volver a mi pecho, lo echaba de menos.
- Creo que ya es hora de que vuelvas a casa - murmuré.
Y el sonrió.
Lo saqué con cuidado de la cajita y lo metí en su hueco, entre pulmón y pulmón.
- ¿Cómo te sientes? - pregunté en voz alta.
Y comenzó a latir eufórico.
Estaba curado.

Hoy te lo dedico a ti, corazón, porque me das la vida y cuando te hieren me la quitan.
Sin ti no soy nada, corazón.

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