martes, 2 de septiembre de 2008

Nunca es tarde para nacer otra vez

Las lágrimas caían por sus mejillas, dejando un rastro negro azulado que terminaba en su barbilla. Por más que buscase una explicación el daño ya estaba hecho, él había decidido romper su maravilloso mundo de dos introduciendo el número tres.
Los tirabuzones ya no colgaban risueños sobre su espalda, ni su vestido marrón parecía levitar sobre la pista, tan sólo le ardía el corazón como una tea encendida que espera ser utilizada para visitar una cueva demasiado peligrosa.
Le dolían los pies...
Se sentó como pudo en el bordillo, entre la muchedumbre de adolescentes atontados, chicas semidesnudas haciéndose las borrachas, chicos de 17 años con camisa, naúticos, mucho alcohol en sangre y poca gracia al bailar, desapercibidos muchachos en busca del amor y amantes empedernidos en busca de algo parecido a un colchón.
Nadie se percataba de que ella estaba allí, llorando, con el corazón roto, sujetando los pedacitos en sus palmas.
Con 15 años recién cumplidos, Bea pensaba que su mundo se quedaba ahí, en esa calle, en esa acera, porque jamás se volvería a enamorar así, porque ese chico, Sergio, era el amor de su vida y ambos lo sabían. Porque ya nada tenía sentido sin él, y lo peor de todo es que le daba lo mismo parecer idiota, ponerse el título de "la de los grandes cuernos" y acercarse a él pidiéndole que siguiesen juntos porque le perdonaba todo.
Esa inmadurez que cubría su cuerpo intentaba protegerla, hacerla creer que sí existían los finales de película, al fin y al cabo él siempre había dicho que era su princesa.
Aquella noche Bea lloró, y la siguiente, y pensó que el amor era una mierda, los hombres embusteros y las mujeres arpías, excepto sus amigas y ella.
Lloró, y pasó mucho tiempo hasta que volvieron a enamorarla, a hacerla feliz y sin querer, a engañarla. 10 años de cura intensiva se desvanecían con un sms: "xdonam, m e marxad cn Elena, l nuestr n funcionab, sper k kdemos cmo amigos ok?, bss"

Y Bea se encontró de nuevo sentada en un bordillo, preguntándose qué sentido tenía el amor entre dos personas, sin poder creer en nada ni nadie.
No...ni películas, ni rosas, ni serenatas...
El amor era una invención de la televisión, una excusa para tener sexo, un conjunto de reacciones químicas y físicas, feromonas, instinto animal...
Su vestido marrón había dejado paso a unos vaqueros grises, camiseta escotada azul y pelo suelto y rubio.
Pero el rimel caía igual por sus mejillas, dejando el mismo rastro.
Lo peor de todo era lo que estaba germinando en su interior: no creía en el amor, no había ninguna llama que alimentar dentro, el desengaño la había apagado para siempre.
O eso creía.
Quizás tenía razón aquel que cantaba "cuando menos te lo esperas va la vida y te sorprende...".
Y a Bea la sorprendió con un baile, rodeada de aspersores encendidos, en mitad de un parque vacío, a las 6 de la mañana, con aquél hombre que nunca pasó de la etiqueta "amigo, hombro - pañuelo".
No busques el amor desesperadamente, no le obligues a quedarse cuando quiere marcharse, deja que sea él quién te encuentre, porque cuando lo haga, tarde más o menos, lo sentirás.
Con la ropa empapada, el corazón a cien por hora y la ilusión en cada parpadeo, Bea lo sintió.
Y no llegó tarde...sino en el mejor momento.

No hay comentarios: