domingo, 28 de septiembre de 2008

Adela

Ella trabaja en la tienda más diminuta y escondida de la estación. Cuando llega a casa todo huele a vías y sudor y parece que la capa fina y negra de suciedad también oculta su rostro. Odia el olor a metro, pero a la vez sabe que sin él no sería ella misma. Acostumbrarse a esta vida fue demasiado fácil, quizás esa sea la razón por la que ya no le entretiene observar a los pasajeros.
Juguetea con los pendientes, ordena los bolsos, acaricia los pañuelos y palestinas de colores y si le sobra tiempo, imagina cómo un viajero despistado, un empresario con maletín, un cantautor en potencia, un escritor estancado en su segundo libro, un turista francés...en fin, un príncipe azul llega a su tienda y se enamora al instante de ella.
Sonríe al pensar que lleva fantaseando tanto tiempo, que hasta se sabe las historias de memoria.
Lo más triste es que nunca llegaron a hacerse realidad.
Pero aún así no se rinde, total, imaginar es gratis. Si le cobrasen 20 céntimos cada vez que piensa en su hombre ideal ya habría tenido que hipotecar hasta sus pestañas.
Su cabello negro ya deja entrever algunas canas, su vista ha perdido eficacia pero mantiene el fulgor de una quinceañera en plena adolescencia. Su cara no se esconde bajo capas de maquillaje, simplemente está adornada por un poco de colorete y carmín barato que mancha sus dientes.
Le gustaría parecerse a Angelina Jolie, simplemente porque en el cartel del enfrente donde se anuncia su última película sale guapísima. Hace 3 semanas quiso ser como Nicole Kidman.
Quién se lo iba a decir...cuando su marido decidió que casarse con ella había sido un pequeño error sin importancia y se había fugado con la vecina del primero a Tenerife.
Y allí se quedó la pobre de Adela, en su piso de Madrid, lleno de mugre y de bandejas de comida precocinada.
El mundo podría haberle quedado grande y podría haberse hundido, convirtiéndose en un alma en pena que vagase por las calles gritando a los cuatro vientos que su vida era una mierda sin sentido.
Pero Adela optó por seguir viva.
Sin dinero, sin trabajo, pero con una sonrisa de oreja a oreja.
- Le quería y él a mí no, entonces, ¿de qué me sirve recordarle? - les decía a los camareros del bar que comenzó a frecuentar demasiado.
- De nada señora, y será mejor que vaya terminando su copa de vino que cerramos ya.
Y Adela sonreía, qué bien se le daba, pensando que en casa no estaría tan bien como allí.
Cuando en uno de sus viajes de regreso descubrió el cartel de "Se necesita dependiente" en aquella tiendecita de la parada de metro Bilbao, supo que Dios desde alguna parte estaba intentando decirle algo.
Y entró. Y desde entonces allí puedes encontrarla, con sus deportivas blancas y negras, sus vaqueros de campana, su jersey marrón encima de su camisa roja o a veces naranja, sus pendientes amarillos y su pelo largo cayéndole sobre la espalda.
Se siente guapa aunque sabe que hay mujeres mucho más bella que ella.
La semana pasada, mientras atendía a unas chicas empeñadas en comprar 5 pulseras a 3 euros cada una, por 8 euros, no se dio cuenta de que un hombre de mediana edad se quedaba mirándola desde el cristal.
Ni el lunes. Ni el martes. Mi el miércoles. Ni ayer. Ni hoy.
Pero ahí se queda. Se esconde un poco para no asustarla y la mira, le gusta mucho cómo sonríe.
- ¿Quiere algo?
Y Fernando da un respingo cuando ve que Adela se está dirigiendo a él.
- No...sólo estoy dando una vuelta.
- Debe aburrirse un poco, ya sabe, en mi tienda siempre puede encontrar un poco de conversación y caramelos de menta.
- Oh, gracias...pues vendré...me voy...tengo que seguir...hasta luego.
Y Fernando se ajusta su placa de guardia de seguridad y baja con paso torpe por la escalera del metro.
Qué más se puede decir...no hace falta que relate un final bonito, ni esperado, simplemente es fácil pensar que el amor nunca llega tarde, puede llegar muchas veces, o no llegar nunca. Lo importante es obligarte a pensar que si sonríes...abres muchas puertas y ventanas.
Adela no se parece a Angelina Jolie, ni a Nicole Kidman. Se pinta mal los labios y tiene que comer caramelos de menta para que su aliento no huela mal. Lleva ropa que se compró hace varios años y su cuerpo es el soporte de la flacidez, celulitis y vejez.
Pero cuando sonríe consigue que el mundo se pare...

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