miércoles, 5 de noviembre de 2008

Lo que no vemos

- Túmbese y relájese. Ahora, cuénteme todo lo que sienta.
- Bien...bueno, no sé cómo empezar. Iré al grano, ¿sabe?, bien...odio a la gente.
- Mmm...continúe.
- Sí, odio a la gente. Soy antisocial. Pero no veo que sea algo malo ¿sabe?. Odio a la gente que me rodea porque no la soporto, no soporto a nadie. Me dan lástima al principio, luego asco y acabo teniendo que largarme del sitio en el que esté porque sino sé que acabaría asesinando a alguien.
Jajajajajaja, bueno, asesinar digo, eso es algo que me encanta hacer.
- A ver, a ver...cálmese, le encuentro excitado.
- ¡No estoy excitado! ¡Qué pasa! ¿Usted también piensa que estoy loco?
- No. No lo está. Soy psiquiatra, por eso ha venido usted a mí ¿no?
- He venid porque quiero compartir con usted mi horrible secreto.
- Bueno, pero usted quiere curarse ¿no?
- ¡Que no estoy enfermo! ¡Me gusta matar!
- ¡Cálmese y vuelva a sentarse! A ver, haremos un listado de cosas que le molesten de la gente, así sabremos por donde empezar. Dígame cosas que le causen molestia de los demás, no se limite a físico o comportamiento, diga todo lo que piense.
- Vale. Pues odio que me rocen en el metro, me agobia muchísimo. Odio a los chinos y a los de raza negra, a las mujeres teñidas de rubio, a los niños pequeños y a los adolescentes. Odio el olor a menta. No me gusta ver a alguien tocarse la nariz, o chuparse la mano y luego tocar un botón de un ascensor, o una barra de un bar, o tocar algo que yo voy a utilizar después. No me gusta que se sienten a mi lado, que me sonrían, que me pregunten qué tal estoy o qué hora es. No me gusta la gente que habla alto, ni la forma de vestir de las mujeres, con sus tacones, sus escotes, sus pendientes y ese asqueroso carmín rojo.
- Sí...
- ¡Odio a las mujeres! Pero odio más a los hombres, porque están gordos, o les apesta el aliento, o se te quedan mirando sin venir a cuento, ¿sabe? me dan ganas de apretarles el cuello y no parar.
- Escuche...
- Odio a los cerebritos y a los analfabetos. Odio a la gente normal y mediocre.
- ¿Usted se considera superior al resto?
- ¡Desde luego! Soy mucho mejor que un maldito peón de obra, por ejemplo.
- ¿Entonces es usted muy clasista?
- No, porque también le odio a usted por creerse Dios ahí sentado en su estúpida butaca soltando sus estúpidas frasecillas, sólo porque cobra mucho más que yo.
- A ver, volvamos al principio e intente...
- ¡Cállese! ¡A mí nadie me da órdenes! Estoy harto de este mundo con sus reglas y normas y mierdas. ¿Yo soy libre sabe? Quiero irme de aquí.
- Puedo ayudarle.
- No no puede ayudarme, ni usted ni nadie y seguiré asesinando gente ¿sabe?, porque nunca me pillarán, mi papel en la sociedad es demasiado estable y perfecto.
- Pero...

De repente se abrió la puerta y una menuda mujer de unos 36 años asomó la nariz diciendo:

- ¿Doctor Shall? Su primer paciente ha llegado ya, ¿le dejo pasar o espero un momentito?
- Oh sí, Mery, adelante, espere que guarde unos papeles y la aviso.

El Doctor Shall se levantó de la butaca y con cuidado se colocó el cuello de la camisa. Buscó su reflejo en el espejo de la pared, con cuidado se arregló la barba y después se metió la camisa en el pantalón. Con tanto paseo, levantándose del diván y sentándose en la butaca una y otra vez, había acabado sudando y con la ropa fuera.
Se sentía eufórico, pero lo que más le hacía disfrutar era la sensación de que sólo él sabía la verdad, su verdad.
Volvió a poner el cojín que había lanzado contra la ventana mientras gritaba que odiaba a las mujeres.
Se arregló la corbata. Colocó con cuidado los folios sobre la mesa.
Dibujó su mejor sonrisa y tras ponerse su bata blanca, abrió la puerta.

- Buenos días señora Patten. Bienvenida. Está usted muy guapa hoy.
- Gracias doctor...usted sabe cómo tratar a una mujer, sin duda.

Y mientras cerraba la puerta tras de sí, el doctor Shall cerró los ojos, como si estuviera saboreando esa sensación de odio que comenzaba a emanar por cada poro, pelo y uñas de su cuerpo. Después, girándose lentamente, abrió su cuaderno de pacientes y marcó un tic en el número uno.

- Tengo muchísimos problemas que contarle doctor...no sabe usted lo mal que estoy - decía la señora Patten mientras sacaba de su bolso un pequeño paquete de chicles de menta.

- Tranquila mujer - respondía él con una agradable sonrisa - ¿qué hago yo aquí entonces si no es para ayudarla a usted?

1 comentario:

Victor Abarca Ramos dijo...

me ha encantado. todos tenemos un loco dentro. jamas pense que seria el propio psiquiatra.


en serio, me ha encantado.

felicidades de nuevo.