sábado, 1 de noviembre de 2008

Habitación 103

Es inexplicable.
Por mucho que intente definirlo no encuentra la palabra exacta, ese afortunado puñado de letras que pueda expresar lo que ahora mismo está sintiendo, mientras abre los ojos despacio...muy despacio, pestañeando suavemente, saboreando el olor que cubre la almohada, las sábanas y su propio cuerpo.
Su cabello ondulado cae sobre la cama, extendiéndose como las olas del mar sobre la arena, sus piernas desnudas acarician el tacto del somier y, tumbada boca abajo, puede sentir todos y cada uno de los poros de su piel despertando.
La luz del sol se cuela por las blancas cortinas y el aire fresco que queda despues de la lluvia intenta curiosear, filtrándose por las rendijas de la ventana.
La habitación en calma parece imperturbable. Parece incluso que Madrid por un momento huele a sal y lo acuna un mar frío y cientos de paradisiacas palmeras.
Se podría decir que aquello es el cielo.
El oxígeno reacciona con millones de moléculas de amor, moviéndose de aquí para allá, uniéndose, rompiéndose, fusionándose.
Y antes de que ella pueda incorporarse, una mano grande y cálida toca su espalda, con cuidado, como si fuera a acariciar una pompa de jabón. Y siguiendo la línea que dibuja su columna sube hasta su cuello, y después, sólo siente el calor y la intensidad de unos labios mojados, empapados de agua, y un susurro "Buenos días melocotón...".
Se gira hasta encontrarse con sus ojos.
Es inexplicable.
Nada ni nadie diría que el mundo no es un lugar maravilloso para vivir.

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