domingo, 2 de marzo de 2008

Apagón

Eran las 22:03. Pasados 18 segundos se fueron todas las luces.
Recuerdo que estaba escribiendo mi próxima novela y el ordenador se apagó de repente, llevándose con su agujero negro mis dos últimas horas empleadas en escribir tres hojas más.
Maldije al ordenador, a la central eléctrica y a todo el que pasó en ese instante por mi mente, excepto a mi padre, pues vino a mi cabeza aquel día en el que enseñándole un fragmento de mi libro, escrito en Word en mi portátil, me recriminó el haber abandonado el arte del escritor: "papel y pluma, hija, papel y pluma como hicieron todos los grandes".

Y qué razón tenía.
Busqué a tientas una vela en el armario, fue en vano, así que abrí la puerta de mi habitación para buscar en el salón, pero al salir al pasillo me introduje en una densa oscuridad, negra, negra como el tizón. Pegada a la pared conseguí adentrarme en ella y cuando llegué al primer balcón vi como allí afuera todas las farolas estaban apagadas. No había ningún resquicio de luz en ninguna parte.
Y al contrario de lo que hubiese pensado si antes me hubiera imaginado en la situación, me maravilló.
No sé que fuerza me empujó a abrir las puertas del balcón, pero lo hice.
Las tinieblas se extendían por doquier haciéndose dueñas de cada centímetro de suelo y de aire, y el silencio parecía sentirse cómodo entre tanta negrura, porque ninguno de los perros del barrio quisieron romperme la belleza del momento con sus ladridos, y los coches se negaron a dejarse conducir por esas calles como bocas de lobo, y lo mejor de todo fue que no daba miedo.
Estaba sola en casa, pero no tuve miedo de esa oscuridad porque su belleza me había conquistado.
Las estrellas brillaban con más fuerza que nunca allí arriba, formando sus constelaciones, brindándonos un poco de su majestuosidad a nosotros, los mortales.
No me importó que se estropeasen el vídeo y el frigorífico, ni que no funcionase ningún aparato eléctrico de mi casa, ni que la puerta de mi portal no pudiese abrirse (es una puerta electrónica), ni que los garajes se bloqueasen, los ascensores no funcionasen, las carreteras del país fueran todavía más peligrosas, nada.
No me importó nada en absoluto.
Encontré una vela y busqué a duras penas el estuche plateado que me regaló mi padre.
Una vez tuve la pluma en mis manos, bajo la luz de la vela, escribí una historia sobre un país entero sin luz, cuyas gentes no pudieron soportar el hecho de no controlar su vida, la cual se basaba en lo puro y tecnológico porque habían perdido lo más simple, vivir como humanos y no como super hombres, y acabaron suicidándose todos, excepto unos pocos, "Los Elegidos" los bauticé, que no habían olvidado la esencia humana, ésa que nos ayuda a sobrevivir en el mundo en paz con la naturaleza.
A veces olvidamos que el progreso nos está atando, nos está haciendo esclavos de fuentes de energía sin las que nuestras vidas se acaban, pierden el hilo.
Cuando volvió la luz comprendí que durante esos minutos todos nos habíamos sentido como ratones acorralados en una hurna de laboratorio, esperando a que todo se solucionase solo.
Desde entonces volví a escribir con pluma, y con ella puse el punto final de mi novela, y hecha de mi puño y letra fue enviada y aceptada por la editorial. Con el dinero que gané por ella, compré un frigorífico nuevo, al fin y al cabo, soy una esclava de la tecnología que adora la comida congelada.

No hay comentarios: