jueves, 27 de marzo de 2008

Yo, puta.


Hace frío, pero ella sigue allí intentando resguardarse en el portal número 12 de la calle Sebastián.
Hoy está realmente guapa. Se ha pintado los labios y las uñas de rojo, se ha maquillado la cara y lleva el pelo suelto. Como es de noche su cabello rubio no resalta entre las sombras. A veces tirita, normal, hoy lleva puesta un minifalda vaquera y camiseta blanca con escote pronunciado. La cazadora también es vaquera, la lleva desabrochada, y aprieta bajo su brazo un pequeño bolso con una cadena dorada.
Cada vez hace más frío, pero ella sigue ahí, como si esperase a alguien demasiado importante.
Como es viernes, algunos jóvenes han salido de fiesta y a veces pasan caminando por delante del portal, medio borrachos. Nunca suelen reparar en ella, porque está casi escondida, pero cuando descubren su presencia le sueltan obscenos piropos. Ella los ignora, se encoge todo lo que puede y continúa inmóvil pegada a la pared.
Después de unos 20 minutos se acerca un coche. Ella lo ve, y se asoma.
El conductor es un hombre de unos 45 años. Se baja y se acerca.
Huele a colonia barata y su aliento apesta a alcohol. Ella al notarlo se aleja, pero él se mete la mano en el bolsillo del abrigo y saca algo. Acto seguido ambos se montan en el coche y desaparecen.
El portal número 12 de la calle Sebastián se despide una noche más de Yolanda.
Tras 10 minutos de trayecto paran en un barrio solitario de las afueras.
Silencio.
Silencio.
Ella tose.
Él apaga el motor, son las 03:21.
A las 4:00 ella le pide que la lleve de vuelta.
Silencio.
Silencio.
Tras 11 minutos de trayecto llegan a la calle San Sebastián.
Ella se baja y sin despedirse cierra la puerta, un segundo después el coche desaparece entre los oscuros edificios.
Hace frío.
A duras penas consigue sacar un pintalabios de su bolso, pero no ve ningún espejo cerca. Se sienta en el suelo. Lleva la falda desabrochada, el pelo revuelto, ya no parece tan guapa como antes. Por delante del portal pasa una pareja de novios de la mano.
Yolanda los ve alejarse y comienza a llorar.

- ¿Qué haces?
- Nada. Lárgate.
- Límpiate la maldita cara y levanta del suelo, te doy tres segundos.
- Por favor...por favor escúchame.
- Uno...
- Por favor.
- Dos...
- ¡Por favor!
- Tres...
- Escúchame, yo no puedo, yo n....
Un tortazo en su mejilla y ella se levanta al instante.
- Ahora arréglate y cállate.
- Sí.

La calle San Sebastián queda de nuevo en silencio mientras Yolanda abrocha su falda y recoge su cabello en una coleta. Mientras él se aleja y vuelve a introducirse en la oscuridad, ella piensa en escapar, en irse de allí, pero sabe que la estarán vigilando y que nunca permitirán que sea libre.
Coge su bolso y saca una foto. La besa y vuelve a guardarla.
Dan las 4:30 en el reloj de la parroquia y allí, helada de frío, pensando en sus dos hijos, Yolanda se apoya en la pared y espera a que otro coche pare en el portal, deseando que alguna vez, alguno de ellos le diga lo guapa que va, lo bien que tiene el pelo o lo bellos que son sus ojos.
Desea también poder escapar algún día de ese infierno.
Desde la esquina su chulo le hace un gesto y ella se asoma. Para un coche.
Y la calle San Sebastián ve con tristeza como una noche más Yolanda se va, sin saber con seguridad si volverá luego.

1 comentario:

Ignacio dijo...

Este me ha hecho pensar. El dedicado a tu abuelo me emocionó.

Sigue así. Cada vez, leerte es más un placer y poder conocer tu mundo interior, un auténtico honor.

Un abrazo,

Nacho.