miércoles, 28 de enero de 2009

Amigas

Cuando era pequeña los niños jugaban conmigo entre las grandes plantas doradas y aun siendo diferente a ellos me trataban igual; yo también tenía un nombre que representaba un animal, el guepardo, porque decían que era la más veloz de todos los que jugábamos.
Al llegar al otro continente descubrí que los que sí parecían ser un poco como yo, o por lo menos el color de su piel era igual, eran los que me despreciaban.
No lo comprendía. Se reían cuando me preguntaban si conocía a Madonna o a Beckham y yo respondía que si eran amigos suyos.
Qué inocente era...
Nunca me sentí tan sola como en esa ciudad gris.
Recuerdo que mi madre solía sentarse en la orilla de mi cama y contarme que algún día volveríamos a nuestro hogar.
Pero ese "algún día" me sonaba demasiado lejano.
Un día nos llevaron con el colegio al zoológico, jamás pensé que podía existir un lugar tan triste.
Ningún animal sonreía, no eran ellos mismos. Para mí fue horrible tener aguantar sin gritar y llorar.
Entonces recuerdo que la vi allí abajo, tumbada en la hierba. Era preciosa. La gente se acercaba y le gritaba que se girase para fotografiarla, incluso les exigían a los cuidadores que la obligasen a posar. Yo era pequeña y se suponía que los niños "no entienden nada"...pero sentí verdadero asco hacia esas personas.
En un instante fugaz nos miramos. Ella a mí y yo a ella. Y ambas supimos que éramos iguales: dos almas encerradas en un lugar que no era el suyo.
Aquella noche le pedí a mi madre que la secuestráramos y nos la lleváramos a casa, a nuestra verdadera casa lejos de allí.
Pero sólo me dijo que algún día entendería que no todo es posible por mucho que nuestro corazón lo desee.
Durante todos los meses siguientes acudí en secreto a verla y ella me esperaba feliz, despierta y caminaba de un lado para otro.
Después de un periodo de tiempo que se me hizo eterno, mi padre me preguntó que si quería volver. Yo asentí.
Esa tarde quise despedirme de mi querida amiga, pero al llegar a su recinto no estaba. Había una igual que ella, pero ella, mi amiga, no estaba. Le pregunté a los cuidadores y me dijeron que qué inventaba, si era la misma de siempre, pero me mentían. Yo sabía que no era ella. Entonces uno de ellos, un muchacho joven, se agachó y me confesó que se había ido al cielo para siempre.

Regresé a casa y lloré como nunca había llorado en mi vida. Y durante el viaje de vuelta a mi hogar no pronuncié palabra alguna. Desde el avión la busqué, por si era verdad que estaba en el cielo. No la encontré.

Ya en mi verdadera casa, en el otro continente, me di cuenta de que no podía ser verdad que ella se hubiese ido para siempre sin avisarme.
Y corrí, corrí como un guepardo más entre las plantas doradas.
Llegué más lejos, más allá de donde los mayores nos dejaban jugar y vi muchísimos como ella.
Sentí miedo. Estuve a punto de dar la vuelta y deshacer mis pasos.
Pero entonces ella me llamó.

Estaba bañándose en el agua. Sí, era ella. La habría reconocido entre un millón.
Con sus ojos blancos, ciegos. Y su cariño infinito.

Por fin, las dos habíamos regresado a nuestro hogar.


1 comentario:

Bea dijo...

Usted merece saber esa historia :)

El final feliz se nota ahora, pero no fue un camino de rosas... hubo cambios, demasiados para mi gusto, pero no me arrepiento de ninguna de las decisiones que tomé en su día.

Me permitieron ser tal y como ahora soy.

También quiero saber tu historia.
Detras de un gran blog, siempre hay una gran historia que contar... y usted lo debe saber mejor que nadie :)

Un abrazo... tan calido como esa sonrisa en el andén :)