jueves, 13 de diciembre de 2007

La memoria

La insistencia de quien se encontraba al otro lado del teléfono fue tal que tuve que abandonar mi aburrida partida de ajedrez conmigo mismo y atender la llamada.
¿Qué hacías? No vas a creerte lo que ha ocurrido... - escuché.
Y tras oír aquello, sentí cómo mi corazón daba un vuelco mientras mi pecho se congelaba súbitamente.
No puede ser... - balbuceé.
Sin darme tiempo a asimilarlo me vi sentado en mi coche conduciendo a 120 km/h hacia el hospital que me había dicho.
Cuando llegué a la sala, una oleada de sufrimiento general me pegó una patada en las entrañas.
Más de 30 o 40 personas acumuladas en bancos llenos de suciedad o apoyados en paredes desgastadas me recibieron con miradas, unas de cansancio, otras de curiosidad, otras de esperanza efímera creyendo encontrar a un ser querido...
Me las apañé como pude para atravesar la mole de personas y alcancé la escalera. No recuerdo cuántos empujones pude dar a mi paso, sólo sé que sentía cómo mi corazón iba a explotar de un momento a otro.
306...304... ¡dónde estaba la maldita habitación! Fue al girar el pasillo cuando encontré a sus padres.
¿Cómo está? - dije casi gritando por mi nerviosismo.
"Estable, tranquilo, está estable. Dicen los médicos que ahora hay que esperar para ver cómo evoluciona, pero demos gracias de que no haya sido peor."
Desde entonces mi segunda casa fue el hospital. Nos dijeron que había entrado en coma y que despertaría, pero cuándo o cómo lo haría eran predicciones que no nos podían concretar.
Después del trabajo volvía y comía algo en la cafetería, incluso trabé amistad con algunos familiares de otros pacientes, y media hora después estaba sentado junto a su cama, hablando en alto, como si me escuchase y sin perder la fe en ningún momento, así durante meses y meses.
Un día...despertó.
La alegría nos conmocionó a todos. Abrazos, besos, sonrisas, celebraciones, llamadas a todo el mundo, medio planeta se enteró de la gran noticia. Esa mañana estaba su madre en la habitación y cuando se volvió, encontró dos enormes ojos negros abiertos de par en par.
La deseada sorpresa fue maravillosa y cuando me llamaron para decírmelo volví a encontrarle el sentido a la vida.
Mi llegada al hospital fue diferente a aquella vez.
No sentí la tristeza de aquellas miradas, ni empujé a nadie al subir las escaleras, ni grité nervioso por los pasillos. Abrí la puerta, estaba yo solo y entré.
En ese momento sus ojos se posaron en mi cara y sonrió, fue entonces cuando, por un momento, mi corazón estuvo a punto de explotar de la emoción.
Corrí hacia la cama y apreté su cuerpo contra el mío, sintiendo cada poro vivo de su piel, notando cómo respiraba, cómo movía sus brazos...cómo la vida volvía y traía de su mano la felicidad.
- Te quiero amor mío - murmuré muy cerca de su cara manteniendo una leve mirada.
"¿Quién eres?"
Entonces el cielo se rompió.
Cariño...soy..soy yo...¿no me recuerdas? - le dije temblando iluso por pensar que todo era una broma.
Lo siento...no sé quién eres - respondió.
Y sentado junto al amor de mi vida me sentí el hombre más desgraciado del mundo.
En mi cabeza se amontonaron miles de recuerdos: la voz de una muchacha que con quince años apareció repentinamente en mi vida pasando a ser una gran amiga, una gran confidente. Su cuerpo desnudo junto al mío, nerviosa y enamorada acariciando mi cara. Su sonrisa llena de pureza y su melena castaña al viento corriendo detrás de las palomas. Sus mejillas llenas de lágrimas despidiéndose de mí y partiendo hacia la ciudad. La noticia de que había acabado su carrera. Nuestro reencuentro, después de 5 años sin vernos, en la boda de una amiga y sentir los dos un mutuo sentimiento que empezó con sólo 15 años... y ahora...
Inocente me observaba, considerándome un desconocido, olvidando toda nuestra historia, todo lo que nos unía, no recordaba que me amaba.
Los médicos dijeron que tenía dañado el cerebro y quizás no recuperase la memoria, o quizás parcialmente, pero jamás al 100%.
Me rendí, sentí que nada tenía sentido, que todo el tiempo que había seguido luchando había sido en vano. La mujer de mi vida no me reconocía, no me recordaba y no podía hacer nada.
Comencé a distanciarme, a ir menos a verla, a centrarme en mi trabajo, a no ilusionarme, a no tener sueños, no entusiasmarme si había recordado el nombre de su hermana o si podría volver pronto a casa.
Una noche, tras conversar sobre tonterías con ella, después de haber intentado ayudarla a recordar y sentir el rechazo por su parte, sus pocas ganas de hacer un esfuerzo, su incapacidad para ni tan siquiera saber mi nombre me levanté para marcharme y quizás, no volver nunca. Alargué mi brazo para abrir la puerta y entonces escuché su voz:
"¿Te quería?"
Un puñetazo en el alma y recobré el sentido.
"Sí, me querías muchísimo"
"¿Y tú a mí?"
"Muchísimo más"
"Me gustan tus ojos, ¿son azules?"
"Son verdes, pero siempre me decías que eran azules"
"Y esa cicatriz de tu brazo, ¿cómo te la hiciste?"
"Robando estrellas para ti"
Su risa inundó la habitación y se levantó de la cama. Mientras se acercaba cautelosa no perdía la sonrisa, y a unos centímetros de mí, cogió mi mano.
"También tienes una cicatriz aquí, ¿verdad?"
Fue en ese momento, mientras asentía desbordado por la alegría, cuando me di cuenta de que nada podía destruirnos, ni el tiempo, ni la memoria.
"Quiero que me cuentes todo sobre nosotros, quiero que me ayudes a volver a enamorarme de ti"
"Lo haré pequeña, tenemos todo el tiempo del mundo"
Entonces me di cuenta de que tenía una oportunidad en mis manos y no podía rendirme, por ella y por mí.

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