miércoles, 12 de diciembre de 2007

Navidad..




Entre las prisas de diversos compradores que como locos recorrían las sucias aceras en busca de "el último regalo imposible de encontrar", caminaba malhumorada y escondida bajo mi bufanda morada, ansiosa por encontrar una boca de metro y regresar a mi sofá, mis películas y mi turrón de chocolate hasta arriba de calorías.
Pero de repente le vi.
Sentado en el suelo observaba las luces navideñas, pensativo, ausente.
Su pelo castaño se asomaba por debajo de un gorro negro de algodón y sus manos desnudas y congeladas se apoyaban sobre el suelo, sufriendo alguna que otra pisada de los despistados viandantes.
No supe porqué pero mis pies se negaron a continuar mi trayecto hacia las escaleras del metro y me acerqué a él. Hola - susurré.
¿Te gustan las luces de navidad? - me dijo sin apartar la vista de ellas.
Sí - respondí.
Entonces te invito a admirarlas conmigo.
Consciente de que perdería el tren, de que mis vaqueros se pondrían negros, de que no conocía de nada a aquel muchacho, me senté.

Magníficos colores ¿verdad? - murmuró girando su cabeza hacia mí y descubriéndome sus impactantes ojos verdes, brillantes como pequeñas esmeraldas.

Sí... - contesté intentando formular más palabras pero su mirada me había hechizado por completo.
Es curioso cómo unas simples luces pueden cambiar tu estado de ánimo e incluso poseerte, ¿no crees? - volvió a hablarme y está vez mostrando una sonrisa en su cara.
Sí... - respondí.

Es curioso cómo al verlas los madrileños salen a la calle a comprar regalos para dárselos a sus maridos, mujeres, hijos, hermanos... - continuó.

Sí... - asentí.

Es curioso cómo para que esas miles de bombillas se iluminen es necesario que se quemen kilos y kilos de carbón ¿verdad? - siguió diciendo.

Eh...ssí... - contesté.

Curioso es también cómo esas combustiones emiten toneladas de dióxido de carbono que contaminan este planeta tan bello que no necesita realzar su hermosura con luces, ¿no te parece? - añadió.
Sí - dije.
Entonces...¿te sentirás triste si esas luces se apagan? Porque no quiero verte triste.

No - respondí intuyendo algo que no comprendía del todo.

Vale - me dijo y mirándome de nuevo volvió a sonreír, metiendo su mano helada en uno de sus bolsillos y sacando una especie de mando con un interruptor. Lo pulsó.

Madrid se cubrió de oscuridad mientras que miles de gritos ahogados de sorpresa escaparon de miles de bocas madrileñas.
¿Te has enfadado? - escuché a oscuras su voz.

No - le dije, y en las sombras no pudo ver cómo le sonreía - estoy contenta, sé que has salvado al planeta de seguir enfermándose pero seguro que volverán a encenderlas...

No podrán - me respondió - te lo prometo.


Y aquella navidad los electricistas de toda la ciudad intentaron en vano encontrar el fallo eléctrico, pero las bombillas estaban correctamente colocadas, los cables, todo. Aunque por más que insistieron ninguna luz se encendió. Año tras año fue imposible encender las luces navideñas, primero en Madrid, luego en Barcelona, en Londres, en París, en Nueva York...
Las emisiones contaminantes descendieron enormemente durante las vacaciones navideñas y nadie pudo explicarse cómo comenzó el fenómeno.

Algunos atrevidos dicen que no saben porqué ocurrió pero que en todas las ciudades, minutos antes del "apagón navideño", se vio a un chico joven de ojos verdes esmeralda sentado en el suelo y, junto a él, a una joven de pelo castaño y mirada hechizada.
¿No vas a decirme nunca cómo lo haces? - le pregunté.

Ya lo sabes... mis deseos se cumplen si estás conmigo - y me besó.


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