sábado, 22 de diciembre de 2007

Libel


Vörphu nunca consiguió amar su trabajo. Resignado subía cada noche por la escarpada ladera hasta que con el primer rayo de sol pisaba la cima, y tras caminar durante unos minutos llegaba al nacimiento del riachuelo. Allí sacaba de su pequeño zurrón una botellita diminuta y dorada y vertía su contenido en el agua hasta dejar caer la penúltima gota, cuidando de que la última gota quedase dentro del frasco. Después deshacía sus pasos y acompañado por el sol bajaba la ladera, hasta que con el primer rayo de luna pisaba el pie de la montaña. Entonces, de la nada aparecía una nueva botellita diminuta y dorada y él, con sumo cuidado, la introducía en su zurrón y emprendía de nuevo la subida a la montaña. Así un día tras otro, durante años y años y años.

Las gentes del pueblo nunca se plantearon ofrecerse a ayudarle, hacer su trabajo aunque fuese sólo por un día para que Vörphu pudiese descansar. Todos desconocían para que era necesario aquello, no comprendían qué importancia tenía el contenido de ese frasquito en el agua del riachuelo.

Un día, el primer rayo de luna rozó el suelo y nadie pisó el pie de la montaña.

Los habitantes del pueblo se horrorizaron y comenzaron a correr por las calles gritando que sucesos terribles acontecerían.

Una pequeña niña llamada Libel comenzó a llorar. Todos la rodearon para tranquilizarla.

- No llores canija que no ocurrirá nada malo- decían.

- No lloro por eso. Lloro porque Vörphu murió.

Todos quedaron atónitos y avergonzados. Sólo ese ser puro e inocente había reparado en lo más importante, ¿Dónde estaba Vörphu? El egoísmo que siempre les había dirigido había actuado una vez más haciéndoles olvidar a la persona que había velado por ellos a cambio de nada.

Cada familia se retiró a su casa para esperar las consecuencias mientras el silencio se extendía por el pueblo.

De repente, la pequeña Libel saltó desde un ventanuco de su casa a la calle y corriendo entre las sombras llegó hasta la montaña. Recordó el lugar exacto en el que aparecían las botellitas que Vörphu recogía, pues más de una vez le observó escondida entre los arbustos.

Allí estaba, brillando en la oscuridad el diminuto frasco. Con sus frágiles manos lo cogió y lo guardó en el bolsillo de su vestido. Después inició la subida por la ladera mientras allí abajo el pueblo se hacía pequeño, pequeño, pequeño.

Con el primer rayo de sol su sandalia de esparto marrón pisó la cima.

Aquello le pareció maravilloso. Una pradera de flores se extendía sin límites ante sus ojos. La atravesó en una carrera riendo y acariciando las matas a su paso. Cuando llegó a la orilla del riachuelo sacó el frasquito y lo abrió. Una fragancia suave inundó el lugar y Libel quedó embelesada al olerla. Pero antes de poder derramar el líquido sobre el agua el aire se volvió viento y comenzó a golpear los árboles y a formar remolinos en el agua asustando a la niña, que comenzó a llorar. Entonces, Vörphu apareció de la nada y se abalanzo sobre la pequeña para protegerla de las ramas que caían.

- ¡Tienes que marcharte! - gritó.

- ¡Estás vivo! - gritó la pequeña.

Entonces el riachuelo creció desmesuradamente y sus aguas torrenciales ahogaron las flores de la pradera y arrastraron los árboles de la ladera hasta hacer desaparecer por completo el valle, y con éste, el pueblo y todas las personas.

Libel observó aterrorizada la escena. Huérfana de padre y madre siempre había vivido de casa en casa, querida y educada por todos los habitantes, sin conocer el significado de la palabra mamá o papá pero con la pureza del mundo escondida en su corazón.

Vörphu, al verla llorar, abrazó su cuerpecito.

- No me dio tiempo - sollozaba la niña.

- No ha sido culpa tuya - dijo Vörphu. - Cuando se construyó el pueblo, destruyeron un bosque que daba cobijo y alimento a cientos de animales que más tarde fueron cazados para servir como pieles y comida para los habitantes. Todo fue destruido. La Madre Naturaleza se enfadó tanto que quiso acabar con el pueblo pero yo le pedí que no lo hiciese alegando que erais buenos. A cambio de mi petición me dijo que si era mi deseo, me comprometía a dedicar mi vida eternamente a protegeros, calmando la ira de Gaia al derramar su esencia en el riachuelo y yo accedí. Con el paso de los áños me fui desengañando porque vi que no erais buenos, que sólo os importaba la riqueza y el poder, sin pensar en el daño o el dolor causados. Por eso decidí dejar de calmar la ira de Gaia y sentarme a ver cómo os destruía. Fue entonces cuando te vi llegar, tan frágil e inocente con la botellita entre tus manos.

Tú, pequeña, has demostrado a Gaia que no todos los humanos son malos, aunque haya sido tarde para los demás.

- y, ¿no puedo hacer nada para salvarles?- preguntó la niña.

- No... - dijo Vörphu.

"Dile la verdad" se oyó una voz, era Gaia.

-No... - dijo Vörphu.

"DÍSELO" ´se escuchó.

Si hay una manera...pero pequeña tú.. - dijo Vörphu.

- ¿Cuál?

-Dar tu vida por ellos.

-Lo haré.

- ¡No pequeña no permitiré que lo hagas!

"Déjala" se oyó.

Vörphu abrazó fuertemente a Libel y ésta besó su anciana mejilla.

- Tranquilo, estaré bien.

Una luz envolvió el pequeño cuerpo y cuando cesó sólo quedaba un vestido y unas sandalias de esparto, sobre los cuales brillaba un pequeño colgante.

Vörphu, entre lágrimas tomó en sus manos el colgante y, tras besarlo, lo lanzó con fuerza hacía el agua. Mientras tanto, allí abajo, el agua comenzó a desaparecer y revivieron todas las personas que se habían ahogado, volvía la vida a cambio de la de Libel.


Siglos después una joven estaba caminando por la playa y vio brillar algo en la arena. Al acercarse encontró semienterrado un bello colgante y lo guardó. Nunca llegó a ponérselo pues cada vez que lo intentaba sentía por dentro un sentimiento de culpabilidad muy fuerte, cómo si supiese que ella no era digna de llevarlo. El sentimiento era tan profundo que decidió dárselo a su tío abuelo para lo que lo vendiese en su tienda de recuerdos.

Una tarde unas mujeres que se encontraban veraneando en la isla de Fuerteventura entraron en la tienda y una de ellas se fijó en el colgante y lo compró.

Días después una joven de 18 años recibía un regalo de su tía: un precioso colgante que colgó en su cuello.

Desde algún lugar de la tierra,Vörphu sonreía sintiendo cómo el alma de Libel, transformada en una libélula de plata,reposaba por fin sobre su alma gemela.

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